Ayer, el gobierno del presidente George W. Bush evitó comentar en detalle el arribo de las dos aeronaves rusas a territorio venezolano, que son tan sólo una avanzada del operativo conjunto que Moscú y Caracas realizarán en noviembre en el Caribe, encabezado por el crucero nuclear Pedro el Grande y el destructor Almirante Chabanenko.
La llegada de los bombarderos marca la primera vez desde la Guerra Fría que este tipo de armamento es desplazado a la región y, si bien nadie espera que estalle una nueva "crisis de misiles", como en Cuba en el 1962, las maniobras son monitoreadas con suma atención en Washington.
"Estamos al tanto de estos acontecimientos y seguiremos observando con interés lo que sucede", se limitó a decir a LA NACION Sara Mangiaracina, vocera del Departamento de Estado.
Más que una amenaza real, la renovada cooperación militar entre Moscú y Caracas es considerada en las oficinas gubernamentales estadounidenses como una represalia rusa al apoyo que Washington dio el mes pasado a Georgia durante su conflicto armado con Rusia por la región separatista georgiana de Osetia del Sur.
En ese entonces, el presidente ruso, Dimitri Medvedev, incluso denunció que el buque norteamericano Mount Whitney había sido trasladado desde el Mediterráneo hasta el mar Negro para brindar ayuda a los georgianos a través del puerto de Poti, en pleno patio trasero ruso.
Propio de la Guerra Fría
Para los analistas, esta reedición de los juegos de fricción propios de la Guerra Fría acarreará un deterioro en las relaciones entre Rusia y Estados Unidos, pero no un enfrentamiento más directo.
"El contexto es, por supuesto, distinto; ahora no es en sí misma una lucha ideológica, es más una lucha por influencia que está motivada por el deseo de Rusia de recobrar su orgullo perdido. Es una política masoquista, pensada para molestar a Estados Unidos", señaló el coronel británico Christopher Langton, del Instituto de Estudios Estratégicos.
Y, por ahora, Washington, más preocupado por la situación en Irak y Afganistán, la campaña política y otros menesteres domésticos, como su tambaleante economía, prefiere esperar.
En tanto, para el presidente venezolano, Hugo Chávez, el mayor acercamiento al Kremlin (al que en los últimos cuatro años ha comprado bastante armamento, incluidos 100.000 fusiles Kalashnikov AK 103, 53 helicópteros y 24 cazabombarderos Sukhoi) representa la mejor forma de contrarrestar el "acto de agresión" estadounidense de reactivar dos meses atrás su IV Flota en el Atlántico Sur, tras 50 años de inactividad.
Chávez, que se opone a la política antinarcóticos en la región, piensa comprar pronto submarinos rusos y un sistema de defensa antiaérea a China, país con el cual ha colaborado también este año para poner en órbita un satélite venezolano.
Si toda esta batería defensiva multinacional no la usará para repeler lo que él no se cansa de anunciar como un inminente ataque de tropas estadounidenses a Venezuela, al menos le servirá para dejar en claro su mensaje a Washington: Estados Unidos ya no es la única potencia que tiene los pies embarrados en América latina.
Fuente: lanacion.com.ar
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